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El Evangelio de la Anunciación nos detalla el lugar, el tiempo y los personajes del nuevo paraíso, un volver a empezar, principio de la nueva creación. Nazaret será la cuna de la nueva humanidad. En Nazaret comenzará una historia limpia, afirmativa, salvadora. No habrá lágrimas, sino alegría -“alegrate”-. No habrá miedo, sino confianza –“no temas”-. No habrá desobediencia, sino fe –“hágase”-. Dios sonríe y el cielo baja a la tierra. Dios y el hombre se abrazaron sustancialmente en el seno de María.
María es un signo anticipado de limpieza, de belleza, de santidad, de plenitud, de vida nueva, de victoria pascual.
María es la hija de las Bienaventuranzas. En la línea de Jesús, Ella quiere seguir sus pasos, entrañar su palabra. María tiene más de silencio y escucha que de predicadora. Predica sobre todo con su ejemplo. María es la primera discípula de Jesús.
María pertenece a los pobres de Yahveh, al pueblo “pobre y humilde”. Vive con austeridad del fruto de su trabajo y del trabajo de José. Pero su pobreza va más allá, es espiritual, es radical. Por eso confía solamente en Dios. La pobreza y la humildad van unidas, y en María se estrechan. “He aquí la esclava del Señor”, para servir, que es lo que hacen los esclavos. Y porque es esclava, es paciente y sufrida. Tiene dominio de sí, sabe conformarse, sabe esperar. María sabía llorar con los que lloran, sabía estar cerca de los que sufren, supo estar junto a la cruz del hijo y sabe estar junto a las cruces de todos sus hijos.
María había captado como nadie la misericordia de Dios. Cuando pensaba en la historia de su pueblo, sabía que Dios se acordaba siempre de su misericordia. Cuando pensaba en la historia del mundo, estaba segura que su misericordia traspasaba los siglos de generación en generación. Era, hija de la misericordia y madre de la misericordia. ¿Quién que haya acudido a Ella no ha sentido un toque de ternura misericordiosa?
María, madre y reina de la paz. Vive intensamente pacificada por Dios y construye incansablemente la paz entre los hombres. María es templo, es casa abierta, es abrazo de reconciliación. María irradia paz y engendra hijos pacificadores.
Queremos parecernos a María, subiendo paso a paso, por los caminos de la fe, de la humildad, de la belleza, del Sí enamorado, del amor entregado, hasta el culmen de la perfección que es María. Tenemos que trabajar la esperanza.
A Ella le pedimos que nos enseñe a vaciarnos de nosotros mismos, a estar cerca de los pobres, sus hijos más queridos.
Madre del Carmelo, Virgen del Adviento, que adelantaste, con tu respuesta, la llegada del Mesías; que sepamos tener nuestras lámparas encendidas.
Cáritas Parroquial