martes, 30 de junio de 2009

MARÍA, MADRE DE DIOS "RETAZOS HISTÓRICOS"



El dogma de la maternidad divina de María está íntimamente unido en su evolución a los problemas de la Cristología. Así, los que negaban la divinidad de Jesús, como los que negaban su verdadera humanidad, como los que negaban la unión hipostática entre ambas, se veían forzados a negar también la maternidad divina de María.

Entre los primeros están los arrianos. En efecto, si Jesús no es Dios, mal puede ser María madre de Dios; entre los segundos están los docetas y los valentinianos. De acuerdo con su sistema dualista, que proyecta un sombrío pesimismo sobre todo lo material y carnal, ningún dios bueno o salvador de la humanidad “podía encarnarse en la substancia humana de una mujer”. En consecuencia Jesús no tuvo un cuerpo real y material como nosotros. Según los docetas Cristo tuvo solamente un cuerpo aparente y según los valentinianos el cuerpo de Jesús era celeste y no engendrado por María, sino solamente pasado por María.

Contra estos herejes reaccionan muy pronto Padres de la Iglesia como San Ignacio de Antioquía, Justino, Ireneo, Hipólito y Tertuliano, profesando con fórmulas inequívocas el contenido de la maternidad divina de María, aunque no utilicen explícitamente tal expresión. No consta que el título madre de Dios haya sido usado desde los primeros siglos.

Esta fe en la naturaleza divina de María subyace a la formulación de fe del concilio de Nicea que afirma de Jesucristo que es Hijo de Dios, “nacido del Padre (...), el cual por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó, se encarnó, hizo hombre, padeció (...)”. Si Dios nace de la virgen María, es ella la madre de Dios. Problemas teológicos ulteriores harán necesario que se explicite en los símbolos nuevos, lo que se sobreentiende en Nicea.

La expresión griega “zeotokos” (Madre de Dios) es empleada ya por Alejandro de Alejandría, que ocupó la silla episcopal del año 312 al 328. La repiten san Atanasio, san Basilio, san Gregorio Nacianceno, san Gregorio de Nisa y san Cirilo de Jerusalén. San Gregorio Nacianceno explica maravillosamente su contenido cuando dice: “Si alguno piensa que Santa María no es madre de Dios, no tiene parte con la divinidad. Si alguno dice que Cristo ha pasado por la Virgen como por un canal sin haber sido formado en ella, divina y humanamente a la vez, divinamente porque sin hombre, humanamente porque según las leyes de la concepción humana, está igualmente separado de Dios. Si alguno dice que se había formado ya un hombre, después de lo cual Dios se ha mezclado con él, es igualmente condenable. Porque eso no es afirmar la generación de Dios, sino eludirla. Si alguno introdujese la idea de dos hijos, uno que sería de Dios, el Padre, el otro de su madre, y no un solo y mismo hijo, ese se privaría de la filiación adoptiva prometida a los que tienen una fe recta. Es verdad que hay dos naturalezas, Dios y hombre, (este hombre tiene en efecto cuerpo y alma), pero no hay por ello dos hijos ni dos dioses, lo mismo que no hay dos hombres, cuando Pablo habla del hombre interior y exterior”.

Nestorio, patriarca de Constantinopla, no veía con buenos ojos el título de “zeotokos” (Madre de Dios) aplicado a María. En una predicación lo atacó con gran escándalo del pueblo, que durante mucho tiempo la había invocado con él. Su concepción cristológica le forzaba a rechazarlo. Reconocía que en Cristo había dos naturalezas la divina y la humana. Ambas perfectas y cada una de ellas con su propia persona. De la unión de las dos surgía una especie de tercera persona que era la de la unión, a la que llamamos Cristo. Esta tercera era el término de la generación de María. Por eso se la puede dar el nombre de “cristotokos” = madre de Cristo y de “zeodojos” = portadora de Dios, pero de ninguna manera “zeotokos” = madre de Dios.

Combatió las ideas de Nestorio el patriarca de Alejandría de nombre Cirilo. Sus tesis están perfectamente definidas en la carta que escribió al Concilio de Éfeso y que éste aprobó solemnemente: “No nació primero un hombre vulgar de la Virgen, al que descendió después el Verbo; sino que unido a la carne en el mismo seno se dice engendrado según la carne, estimando como propia la generación de su carne (...). Por esto los santos Padres no dudaron en llamar a la santa Virgen Madre de Dios, no en el sentido de que la naturaleza del Verbo o su divinidad hayan tenido su origen de la Virgen santa, sino porque tomó de ella el sagrado cuerpo perfecto por el alma inteligente, al cual unido, según la hipótesis, el Verbo de Dios se dice nacido según la carne”.

La unidad definida en Éfeso fue llevada al extremo por Eutiques “que llegó a afirmar la fusión de las dos naturalezas, divina y humana, para formar una sola, resultante de la mezcla. Es la herejía monofisita, condenada en el Concilio de Calcedonia. Sus palabras son de nuevo una confirmación de la maternidad de María. “Siguiendo a los santos Padres enseñamos todos de común acuerdo que ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo (...) engendrado del Padre antes de los siglos según la divinidad, y de María Virgen, madre de Dios, según la humanidad en los últimos días por nosotros y por nuestra salvación”.


Una vez más la historia del dogma confirma la compenetración del misterio de María con el misterio de Cristo. Ayer como hoy todas las ideologías, que han vaciado el misterio de Cristo, han negado también o desfigurado la maternidad divina de María.

El dogma de la maternidad de María, las dos naturalezas de Cristo, que forman suponen en él dos generaciones: la divina y la humana. La primera procede desde toda la eternidad del Padre y en ella María no tiene parte alguna. Es solamente en la generación humana donde María desarrolla su maternidad. Sin embargo, María es madre no sólo de la naturaleza humana del Verbo, sino del Verbo en sí mismo. Porque en la generación humana el término no es sólo la naturaleza sino la persona engendrada. En Cristo no hay más que una sola persona, la del Verbo y de ella se predica que es engendrada de María a través de la carne que asume en la encarnación.

María, por tanto, verdaderamente engendró a aquel del que se llama su madre, ya que Jesucristo no sólo pasó a través de ella, sino que tomó carne de la persona y de la substancia de María. Así María verdaderamente engendró a Dios, ésto es, una persona divina. Ella no es ciertamente madre de la divinidad o de la naturaleza divina (afirmar esto sería herético); sino que es madre de la persona divina, no en cuanto tal, es decir, según su naturaleza divina y su nacimiento eterno, sino según la substancia de la carne humana y de su nacimiento temporal.

Por consiguiente, María es madre de Dios en sentido propio. En efecto, el sujeto por ella engendrado es Dios, una persona divina, y no una persona humana que después
llegó a ser Dios. Es, por tanto, madre de Dios en sentido estricto, puesto que el hijo de María ya es Dios desde el primer instante de su concepción y generación.

La maternidad divina de María depende de su maternidad humana. Porque ella engendró una naturaleza humana singular, al individuo humano Jesús de Nazaret, y porque a ese individuo, desde el primer instante de su concepción, se unión hipostáticamente el Verbo, por eso María es madre de Dios.

Ahora bien, la unión hipostática no es obra de María, es obra de Dios, pero depende de María, de su consentimiento libre y responsable en el “fiat” = hágase de la Anunciación. María consiente en engendrar a Jesús, un hombre perfecto por su unión hipostática al Verbo; a la inversa, María consiente en engendrar a Dios unido hipostáticamente al hombre Jesús. En su maternidad están hipostáticamente unidas divinidad y humanidad sin un ápice de rivalidad entre ambas. En el bendito fruto del vientre de María no se da Dios sin hombre ni hombre sin Dios. Por tanto, María, generando humanidad (según Dios), genera divinidad; y generando divinidad (en cuanto hombre), genera humanidad.

El Concilio Vaticano II trató el tema en el capítulo VIII de la Constitución dogmática sobre la Iglesia “Lumen gentium”.

Manuel Pozo Oller
Vicario Episcopal