miércoles, 1 de julio de 2009

ENTRE TUS BRAZOS

Resulta entrañable ver la imagen de una madre que sostiene entre sus brazos a su hijo, y cómo a pesar de que la inteligencia de éste no alcanza a descubrir la realidad de esa situación, lo cierto es que se duerme plácidamente, con confianza, en paz, porque sencillamente siente que está entre unos brazos que lo acogen con un amor como ningún otro.

Esto mismo experimenta una persona cuando se abandona en Dios, cuando le entrega todo lo que lleva en su interior, pues confía ilimitadamente en Aquél que nos ama aún sin nosotros merecerlo, y como ni tan siquiera podemos imaginar. Quien se sabe amado por Dios no tiene miedo, vive en paz, siembra ilusión, es testigo de la esperanza a la que ha sido llamado; vive como el niño que camina de la mano de su padre, sabiendo que estando a su lado todo es bueno para él.

Dios ama al hombre como mejor puede ser amado, y de este amor participa el hombre para también amar a los demás; el hombre está llamado a ser instrumento del amor de Dios, ya que nos ha dado la posibilidad de amar como Él nos ama, a pesar de nuestro pecado, con un amor capaz de lo más grande: dar la vida.


Hoy en día nuestra sociedad, tan escasa de valores que sean capaces de hacer trascender al hombre, nos ofrece un amplio abanico de situaciones en las que se subestiman e incluso se desechan o se niegan grandes valores que no hacen sino contribuir a la dignidad del hombre. No entiendo y creo que nunca podré entender la postura de quienes no aceptan la vida que es fruto del amor de pareja; y no hay que recurrir a las excepciones que se suelen presentar siempre, pues son eso, excepciones.

Se ha puesto de moda oponer la libertad, el ser dueño del propio de cuerpo, el disfrutar de la vida,..., con la paternidad, es decir, con dejar que el ciclo de la vida humana vertebrado por el amor haga que se conciba a lo más grande para un hombre y una mujer que han unido sus vidas, que es el fruto de esa unión, sus hijos.

¿Acaso un padre o una madre no son libres? ¿Acaso no son dueños de sus cuerpos? ¿Es que no disfrutan de la vida?

Sí, claro que sí; lo digo por la experiencia vivida, y muy probablemente quien lee este artículo pensará en sus padres; se trata de personas humanas, con sus defectos y virtudes, con aciertos y limitaciones, pero sin duda generosos, pues han hecho, con la ayuda de Dios, que hoy nosotros estemos aquí.

Una vez un sacerdote me dijo algo que se me gravó en el alma, y conforme pasa el tiempo lo corroboro con más fuerza: un amor que no está dispuesto a desgastarse, a darse por entero aunque no reciba nada bueno, a aguantar viento y tempestad, e incluso a dar la vida, no es un auténtico amor.

Tratando del amor de Dios y de la paternidad, cómo no mirar a María Santísima, la Madre por excelencia; sus entrañas y sus brazos acogieron a Jesucristo, nuestro Señor, en la humildad de Belén, en el hogar de Nazaret, pero también en el Calvario, al pie de la cruz. Los brazos maternales de María acogieron a Cristo, y hoy nos acogen a tantos y tantos cristianos, que somos conscientes de que su maternidad se ha hecho extensiva a toda la Iglesia, en un gesto de inigualable amor de parte de Dios, que constantemente acudimos a ella para que sea dispensadora de los frutos del amor de Dios en nuestras vidas.

Puede surgir una duda, ¿Cómo fue posible la maternidad de María?, ante la cual hay una respuesta clara: por su tremendo amor a Dios que le hizo entregarse por completo, su inquebrantable fe y su ardiente esperanza.

Pidamos constantemente a Dios por intercesión de María, nuestra Reina y Madre del Carmen, que en las familias palpite siempre ese amor que Dios nos ha confiado para vivirlo y llevarlo a los demás.

Mi oración en este mes de julio será que el regazo de una madre que acoge a su hijo, sea siempre motivo y ejemplo para explicar el amor de Dios. Gracias, Señor, por mis padres.


José María Sánchez García
Seminarista